EL DIOS MERCADO
Mujica advirtió sobre las nuevas amenazas que enfrenta la sociedad
elcambio.uy
“No luchamos solo por la paz en Colombia: imploramos por la paz en todos lados, porque una chispa inopinada puede abrir las puertas a un salvajismo de dimensiones siderales”, afirmó Mujica en la sesión inaugural de la asamblea de la Eurolat.
El pasado 20 de setiembre se celebró la novena sesión plenaria de la Asamblea Parlamentaria Euro-Latinoamericana (Eurolat). En la oportunidad el ex presidente José Mujica realizó el discurso de apertura, que compartimos en forma textual a continuación:
Mi saludo fervoroso, esperanzado, con una gota de interrogante, a todos los señores legisladores, particularmente, a quienes nos representan en la Mesa y muy particularmente a los de mi patria: América Latina.
Nuestra época es compleja, señores legisladores. Nunca el hombre tuvo tantos recursos, tantos medios como para poder barrer las necesidades básicas no resueltas. Nunca tuvo el hombre tanta tecnología, tanta ciencia.
Nunca el hombre pudo despilfarrar US$ 2.000.000 por minuto en presupuestos militares; nunca tuvo tantos desafíos, porque hoy, el hombre puede crear ríos nuevos, puede poner mares al Sahara; tiene fuerza suficiente. Sin embargo, no puede consigo mismo. Ha desatado una civilización que no domina. Ha sustituido los dioses de las viejas religiones por el dios mercado. Cosa curiosa: nunca ha tenido tanto adelanto tecnológico y, sin embargo, se suicidan más personas en el mundo que las víctimas de las guerras más los homicidios.
Algo anda bastante mal en el seno de nuestra civilización. Tiene tanto miedo el hombre, que por eso nos hemos tornado pacifistas. Somos una especie de leones vegetarianos, porque hay varios arsenales atómicos como durmiendo, como esperando, que tienen la potencialidad de barrer las vidas de la tierra, y seguimos jugando con la guerra. No nos queremos dar cuenta de que podemos ser el animal capaz de eliminar a su propia especie y a las demás.
Entonces, no luchamos solo por la paz en Colombia: imploramos por la paz en todos lados, porque una chispa inopinada puede abrir las puertas a un salvajismo de dimensiones siderales. En ese plano está la economía y el reparto.
El capital está superando largamente a la tasa de crecimiento de la economía del mundo. Por lo tanto, la concentración de la riqueza se multiplica y, a pesar de que la economía crece, más lo hace su concentración, y uno se encuentra con países formidables, como Estados Unidos, donde sus obreros metalúrgicos están ganando lo mismo –en términos promedio– que lo que ganaban sus abuelos.
Ha habido, hay y habrá tratados de libre comercio. En parte, lo festejo, pero ¡cuidado! los tratados tienen que servir a los pueblos para que vivan mejor y no para que solo bajen los costos un puñado de empresas transnacionales sin que los pueblos participen de lo que significa el desarrollo económico. Ese es el desafío.
Yo sé que la historia nos identifica con Europa. Mi apellido es Mujica Cordano Giorello: para más datos, vasco e italiano, y así le sucede al grueso de los habitantes de mi país. No se puede renegar del idioma ni de la cultura a la que uno pertenece: esa es la historia. Desde ese punto de vista, el sueño de identificación económica con Europa parece el más sensato y el más lógico, pero hay que decir la verdad sin ambages: esto lleva muchos años.
Hoy, la geopolítica de la economía nos vuelca hacia otro lado. Por lejos, el principal comprador que existe en América Latina es China, y uno tiene que pensar qué pasa con la agricultura francesa y qué pasa con la agricultura polaca en cualquier proyecto de integración con América Latina. Si yo fuera un agricultor francés, me opondría. Es decir: hay ondas palpitaciones sociales que se oponen y hay que tener la valentía de reconocerlo; hay que lidiar con todo eso.
A su vez, el drama de Europa es que si no es con nosotros ¿con quién será? Porque el mundo está a los tumbos, tendiendo a organizarse de manera supranacional. Así como las clases sociales tienen edades, los trabajadores del futuro no son los trabajadores de mi niñez; serán calificados y con túnica. Las generaciones que están viniendo tendrán que ver el gigantesco avance de las máquinas inteligentes sustituyendo el trabajo humano, y la humanidad tendrá que luchar por acortar la jornada de trabajo o los días de trabajo. Inevitablemente, habrá convulsiones, porque los robots multiplicarán la productividad, pero no consumen, y eso es un problema que la humanidad del futuro tiene por delante, que no podrá evitar.
Amigos: mientras haya sociedad humana, habrá conflictos. Si fuéramos dioses, no necesitaríamos de la política. La razón esencial y estratégica de la política es reconocer la existencia del conflicto y tratar de amortiguarlo, porque el hombre es una criatura egoísta, como cualquier otro animal: lucha por su vida y la de sus seres queridos, pero es gregario. No puede vivir en soledad y, por ello, precisa sociedad. Para que exista sociedad, tiene que existir política que amortigüe las contradicciones que tienen las sociedades.
En el horizonte inmediato, el peor problema es el reparto de la riqueza. Se le puede poner mil lenguajes, pero riqueza sobra en este mundo, aunque está pésimamente repartida. Ese es un problema estratégico que está amenazando a la democracia, porque la disyuntiva de nuestra época está pautada por esta contradicción.
El mundo camina hacia una plutocracia, que va a dejar al Estado nacional y a la república democrática como reliquias, porque el verdadero poder va a estar en una riqueza concentrada en un puñado de transnacionales o corremos el riesgo de ver autoritarismos nacionalistas defensivos, como conoció la década del treinta. Cualquiera de los dos peligros son una acechanza contra la democracia y no hay otra respuesta que agrandar y profundizar la democracia. Pero, para que la democracia sea una realidad de derecho, tiene que ser una realidad económica. Por eso, a los más jóvenes que están aquí, les agradezco. Les va a sobrar trabajo. Y recuerden: finalmente, la política no es una profesión. El que crea que la política es una profesión, más vale que se dedique a otra cosa. Al que le guste mucho la plata, que se meta en el comercio, en la industria, en la multiplicación de la riqueza –hay que aplaudirlo– y que pague impuestos. El que se dedique a la política tiene que saber que tiene el deber de vivir como la inmensa mayoría de su pueblo –no como vive la minoría privilegiada– y dedicar su vida a los bienes públicos.
Y luchen para que las herramientas políticas no se confundan y puedan sacar de sus entrañas a los que se confunden, a los que entran a la política para hacer plata. ¡No! Tener el honor de representar es un tipo de compensación que merecería otra consideración. La política es el honor de servir a la sociedad y al destino. Sin política, en el sentido más profundo, jamás habrá libertad duradera.
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